Les comparto mi reseña publicada en Confabulario, sobre la novela más reciente de Ana Clavel: «El amor es hambre»
“Bajo su aspecto más elemental, el amor se relaciona directamente con la ingestión de alimentos. Se trata de una especie de hambre común a todo ser viviente, dirigida hacia un semejante que no es del todo idéntico y que le ofrece la misteriosa sugestión de lo desconocido”: dice Jean Rostand en su Bestiario de amor. Ana Clavel (México, 1961) retoma esta premisa configurando una heroína, Artemisa, que despierta al amor entre olores y sabores, siendo todavía una niña. Premio Elena Poniatowska y Premio de novela corta Juan Rulfo, la autora nos muestra en esta su más reciente publicación la historia de una mujer que buscará en la preparación e ingestión de alimentos una forma de lenguaje hacia el cuerpo de cada uno de sus amantes, una nueva forma de nombrar (otra lengua, literal). Como la misma autora menciona en el epílogo, retoma la tesis de Rostand y en su imaginación la transforma en El amor es hambre, frase y universo novelístico, para provocar en el lector una experiencia de vida, más que una premisa intelectual.
La infancia de Artemisa cambia abruptamente al morir sus padres y quedar bajo la tutoría de Rodolfo y Myrna. En esa etapa surgen dos elementos que le acompañarán a lo largo de su aprendizaje amoroso y sexual. En primer lugar, su madre y su madrastra son biólogas, por lo que la relación con las plantas, en especial las carnívoras, será una imagen recurrente. Al finalizar el libro, vemos una clara analogía: quizá la protagonista es una especie de planta carnívora, acechante, devoradora, camuflajeada. Por otro lado, el padrastro, Rodolfo, es la voz del cuento de hadas Caperucita roja. El lobo y sus ya conocidos cuestionamientos, se transforman con énfasis en la mirada y los ojos grandes, donde el miedo y el deseo se conjugarán en una historia personal, de búsqueda y de sensualidad.
Primero, con su padre:
—Pero mira qué ojos más grandes tiene esta niña…
A lo que Joaquín, mi padre, solía replicar alargando la boca como un lobo embozado:
—Son para comernos mejor.
Después, con su padrastro:
—Rodolfo, qué mirada más larga tienes…
—Es para desearte mejor —le escuché murmurar antes de darme las buenas noches.
Y más adelante, hacia uno de sus amantes:
—Tú besas con los ojos…
Él contestó:
—Tú también…
Novela híbrida con la forma del ensayo, en El amor es hambre Artemisa en sus lecturas nos recordará a través de sus viajes, empleos y enamoramientos dos temas principales: la biología de las plantas carnívoras y el mito de Caperucita y el Lobo, citando artículos, periódicos y libros de autores como Rostand y una tal Ana Clavel, guiño con el cual roza la autoficción, al estilo de Coetzee y otros autores o cineastas, que dentro de su narrativa o película, tienen pequeñas incursiones bajo su propio nombre. Cita también poetas y canciones relacionadas con los dos temas eje, con lo que la lectura se vuelve un collage de voces, enfoques y estilos literarios.
El amor es hambre es una novela que nos comparte la vida de una alquimista de sabores, de viaje entre México y otros países, en busca de un sabor inigualable. Mas subyace, en cada capítulo, su verdadera búsqueda, un retorno a quien fuera su primer amor, su primer encuentro de gusto, vista y olfato con el amor de su padrastro. Cada capítulo es un amante nuevo, una nueva forma de nombrar la vida, celebrándola a través del sexo y prácticas culinarias. En cada amante busca el rostro, la altura, el olor, las formas, voz y maneras de su padrastro. Esto no puede dejar de recordarme la que ha sido considerada como la primera novela psicológica del mundo: Genjimonogatari, escrita por una dama japonesa de la corte imperial en el siglo XI, Murasaki Shikibu.
El Genjimonogatari, o Las historias de Genji como se le tradujo al español, también es una novela que relata la búsqueda del amor en amantes diferentes en cada capítulo, pero no es la búsqueda desde una perspectiva femenina, sino desde un protagonista hombre, cortesano e hijo bastardo del emperador. Cuando muere su madre, concubina, el emperador adopta a una nueva mujer como su favorita, cuyo rostro y maneras son en extremo similares a los de su difunta predilecta. Genji vivirá su primer amor con dicha madrastra, incluso, procrearán un hijo que el emperador pensará y criará como propio. A lo largo de la novela, Genji busca el amor infructuosamente, en diversas relaciones, donde a veces se enamora con nobleza y, en otras, obliga a una mujer a tener relaciones sexuales, o se burla de otra. Lo interesante, y mayor coincidencia con El amor es hambre, es que Genji se enamorará verdaderamente sólo en su madurez, de una niña de nueve años, la joven Murasaki (personaje al que la autora deberá su apodo en la posteridad). Murasaki, como se detalla en la novela, era en extremo similar en facciones y maneras a su madrastra y, por tanto, a su madre. Después, en el mismo texto, se pondrá en claro que en realidad es una pariente lejana de la madre de Genji.
Todo esto nos lleva a pensar que El amor es hambre trata de una complejidad humana que habita espíritu y cuerpo humano en todos los tiempos y culturas. Perrault, Grimm, Shikibu, Sade, Rostand, Nabokov, Serre: autores que Clavel retoma y fusiona, dejándonos su propia huella, su propia forma de devorar en la escritura y el arte corpórea del amor, nuestra misteriosa fotosíntesis humana.
*FOTO: Clavel, Ana: El amor es hambre. Editorial Alfaguara. México, 2015/ Especial.